Por: Silverio José Herrera Caraballo Abogado, Oficial (R) Ejercito Nacional, comunicador, asesor, consultor , investigador y analista en seguridad, convivencia ciudadana y orden público
Gustavo Petro Urrego, fiel a su estilo polémico y contradictorio, protagonizó otro despropósito que, como era de esperarse, lo colocó nuevamente en el ojo del huracán. Esta vez, su "hazaña" tuvo lugar en Uruguay, donde decidió condecorar a José "Pepe" Mujica con la Orden de Boyacá, la máxima distinción otorgada por el gobierno colombiano. Hasta aquí, uno podría considerar que se trata de un gesto diplomático más, aunque cuestionable, ya que las contribuciones de Mujica a Colombia son prácticamente inexistentes. ¿Cuál fue la razón de fondo para entregarle esta distinción? Misterio total.
Sin embargo, el verdadero escándalo no radica únicamente en esta decisión arbitraria, sino en lo que sucedió durante la ceremonia. Petro, quien en teoría representaba a los colombianos como jefe de Estado, no llevó consigo la bandera tricolor que simboliza nuestra patria. En su lugar, optó por desplegar la bandera del M-19, el grupo insurgente del cual hizo parte en el pasado. Este acto, lejos de ser anecdótico, evidencia una preocupante falta de respeto hacia el país que juró representar y, más grave aún, reafirma la duda que muchos colombianos tienen: ¿a quién representa realmente Gustavo Petro, al pueblo colombiano o a su presente y amado grupo narcoterrorista?
No es la primera vez que el mandatario comete este tipo de "salidas en falso". Recordemos su discurso ante la Asamblea General de la ONU, donde en lugar de abordar los problemas de Colombia, prefirió dar una cátedra cargada de ideología y victimismo. O sus constantes referencias a "golpes de estado" imaginarios, cósmicos e intergalácticos, utilizadas como cortinas de humo para tapar los graves problemas de su gestión. Y, cómo olvidar, su obsesión por otorgar prebendas a grupos terroristas bajo el disfraz de la "paz cocal". Cada uno de estos episodios demuestra una desconexión alarmante con las prioridades del país.
El episodio de la bandera del M-19 no solo es un acto de irrespeto, sino que también pone en entredicho su sobriedad como mandatario. En el video que circula ampliamente en redes, la actitud de Laura Sarabia, exjefa de gabinete, no pasa desapercibida. Su gesto entre la incredulidad y el desconcierto, al ver la bandera insurgente en escena, genera una pregunta inevitable: ¿estaba Petro en pleno uso de sus facultades? ¿Era este un lapsus, un acto deliberado o simplemente otro de sus desplantes acostumbrados? O todas las anteriores elevadas a la “n-esima” potencia.
Este episodio no puede tomarse a la ligera. Petro, al ser presidente, no actúa como individuo, sino como representante de una nación. Su accionar refleja, para bien o para mal, la imagen de Colombia ante el mundo. Y cuando sus prioridades son las de un exguerrillero nostálgico en lugar de un líder comprometido con los intereses nacionales, es el país entero quien paga el precio.
En conclusión, la ceremonia en Uruguay no solo fue un acto carente de justificación diplomática, sino también una bofetada al orgullo nacional. Petro debe decidir si quiere ser el presidente de Colombia o el vocero eterno de sus causas pasadas. Mientras tanto, los colombianos seguimos atónitos ante cada "k-gada del cambio", preguntándonos cuál será la próxima travesura de un mandatario que, en lugar de gobernar, parece decidido a ser el protagonista de su propio reality show.
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