Por: Jennifer Gallón @JenniferGallonM
Colombia y el mundo están en peligro. Esta frase en cualquier otro contexto diferente al de hace menos de tres días, sonaría catastrófica, exagerada y hasta sacada de una teoría conspirativa o de una tesis disparatada. Pero ante las declaraciones desafortunadas del Presidente de la República Gustavo Petro, frente a los ataques terroristas perpetrados desde la franja de Gaza por el grupo yihadista y terrorista Hamas contra el Estado de Israel, lo que ha llevado al reinicio de un conflicto armado de dicha nación contra Palestina; lo que contradice claramente la naturaleza conciliadora, empática y profesional que durante toda la historia republicana ha tenido nuestra Cancillería, y que siempre ha promovido la solución pacífica de los conflictos en el mundo entero, en especial en dos grandes pueblos: el judío y el árabe, que han sido de las comunidades migrantes que más aportes significativos han realizado a Colombia.
“Esta columna está dedicada a la memoria de las víctimas y familias del terrorismo en Israel y en cada lugar de nuestro país; y a los miles de colombianos que se encuentran en la zona de conflicto para que puedan volver sanos y salvos a nuestro territorio”.
Ya es conocida la suma de desaciertos del Presidente Petro, en múltiples frentes de la vida nacional y en su ejercicio como Jefe de Estado, pero sin duda alguna el más peligroso y grave, han sido sus declaraciones ambiguas frente al terrorismo contra Israel, uno de los mayores aliados de inversión internacional y de industria militar de nuestro país, solamente superado por Estados Unidos y España. Además de poner nuestra institucionalidad, respetada por su ecuanimidad y profesionalismo diplomático independientemente de la ideología o fuerza política que ocupe el Ejecutivo, revive discusiones bizantinas que nuestro país hace tiempos había superado.
Lo anterior es, concretamente a que Colombia, reconoció en el año 2022 -bajo la administración del saliente Juan Manuel Santos- a Palestina como Estado, hecho que sería recíprocamente aceptado por la Autoridad Nacional Palestina -gobierno provisional ubicado en la región de Cisjordania, reconocido por varios países del mundo y por las Naciones Unidas como un interlocutor válido de diálogo; caso contrario al movimiento extremista islámico Hamas, financiado por los gobiernos de Líbano e Irán, que se ubica en la franja de Gaza al sur de Israel, considerado terrorista por la Unión Europea y Estados Unidos, autores de los ataques del pasado domingo contra Tel Aviv-. Pese a la oposición de muchos sectores políticos y al temor de que las relaciones diplomáticas con Israel se truncaran, no solamente en la cooperación militar y de tecnologías en agroindustria, sino en la firma del Tratado de Libre Comercio firmado y vigente entre ambas naciones desde el año 2019. ¿Cuál fue la clave? Llamar a la concordia y actuar con igual amistad y solidaridad, pero con criterio diferenciado.
Propender por el diálogo y una solución digna para las vidas de los palestinos, es algo loable, está bien que haya por primera vez desde el establecimiento de relaciones diplomáticas en 1995, una voluntad política de ver a países considerados de “tercer orden” como iguales y complementarios, como por ejemplo se está haciendo con los países africanos o desde hace algunos años en los esquemas de cooperación internacional Sur-Sur. Lo que no está bien, y que no queda bien para una democracia y le hace daño a ambos pueblos y su amistad con nuestro país, es un discurso ambiguo, que deja entrever un respaldo al terrorismo, la violencia y frente a las graves violaciones al Derecho Internacional Humanitario en todos los ordenes, por lo tanto una ilegalidad ante crímenes de guerra, tal como lo expresó Alexander Montero, docente internacionalista y asesor político de la Embajada Palestina en Bogotá, por los miles de ciudadanos, que han sido asesinados cruelmente por dichos terroristas.
Colombia le debe gratitud, respeto y apoyo tanto al pueblo de Israel como a la comunidad árabe en su conjunto. Ambos pueblos con sus migraciones entre finales del siglo XIX y primera mitad del XX trajeron otra forma de ver el mundo a un país hundido en las guerras civiles, la poca información que llegaba del exterior y una resistencia a lo diferente. Estoy en total desacuerdo a lo que diría la profesora Sandra Borda de que somos un país “racista, antisemita y odiador de las migraciones”. Esa es una visión extremista que desconoce la teoría de los complejos regionales, que básicamente explica que gran parte del carácter individual y colectivo, lo que llamamos idiosincrasia, en parte es influido por las condiciones climáticas del entorno. La resistencia al cambio siempre está presente en cualquier grupo o ecosistema.
Laboriosidad, unión, sentido de comunidad, fe, constancia, inclusión, profesionalismo, son algunos de los valores que reforzaron en nuestra cultura tanto la comunidad árabe que buscó refugio en nuestras tierras buscando nuevas oportunidades frente a la Primera Guerra Mundial (1914-1918) -somos el país de América, incluso por encima de Estados Unidos con mayor densidad de población árabe en su territorio, principalmente en la región Caribe- y posteriormente la comunidad judía que buscaría en el mundo libre refugio a la persecución en Europa durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
La condena y rechazo de la comunidad internacional y de las autoridades israelitas no es algo que debe ser lejano al pueblo colombiano. Somos un país que ha sido víctima en los últimos sesenta años de uno de los peores conflictos armados del mundo, y en menos de cuarenta años, hemos experimentado diferentes formas de terrorismo con sus respectivas secuelas sociales que aún persisten hoy, dejando una sociedad fragmentada, rota, polarizada y en reconstrucción permanente. Y que nuestra representación ante el mundo, que es nuestro gobierno, deje entrever apoyos soterrados a la violencia como forma legítima de empoderamiento global es cuando menos peligroso, además de incoherente, tanto con nuestro prestigio diplomático ante el mundo, como con los lemas del Gobierno Nacional de llevar las banderas del Cambio, el rescate de los valores nacionales y la “paz total”.
Israel y Palestina, merecen paz, seguridad y la oportunidad de ser naciones libres, soberanas y con su propio territorio para existir en el mundo. Colombia y su pueblo se merecen lo mismo, pero además, un Gobierno que tenga un solo discurso en todas sus instituciones: que propenda por el respeto a la vida, la Ley, la democracia y la diplomacia como la única solución válida a todos los conflictos y diferencias existentes…. (Continuará).