
Por: Diego Cortazar, director del medio Razón Vertical
Un fenómeno muy especial ocurrió en Colombia a finales del 2016: El inédito hecho de que se realizó una votación democrática cuyo resultado fue totalmente ignorado. Con diversas excusas, sí, pasando por el congreso, sí, pero ignorando una votación finalmente. Este evento debió encender las alarmas entre la legión de países que se atribuyen el carácter de “defensores de la democracia”.
Ese día el pueblo de Colombia golpeó los propósitos de la élite política Colombiana al negarse a recibir el maniobrado acuerdo con las FARC. Y lo hacía sin ningún intermediario ni representantes de por medio: La votación directa, en la que cada ciudadano depositaba con su propia mano el voto en la urna, fue la expresión más contundente de su voluntad. ¿Y no es este proceso, el de la votación, el que en nuestra cultura se promociona como la “vaca sagrada” de la democracia? Pues esa vaca sagrada fue sacrificada en Colombia ante el mas estruendoso silencio de la comunidad internacional.
No obstante, la gravedad de este hecho inaudito solo abarca la mitad del fenómeno. Porque el asesinato de la democracia no fue cometido, como cabría esperar, de manera unilateral por el gobierno de turno. De haber sido así, quizás entonces la oposición se hubiera encargado de generar el suficiente ruido para llamar la atención de la comunidad internacional ante el evento inadmisible. Pero no: Hoy tenemos elementos para intuir la forma en que líderes de la oposición (la supuesta “derecha” colombiana) fueron partícipes del macabro proceso de asfixia de la voluntad popular y de disponer discretamente del cadáver. Sin movilización social, sin ofensiva judicial, sin escandalo internacional.
De nada sirve que durante estos años la supuesta “derecha” colombiana exprese una lánguida queja anual por el robo, posicionándose como víctimas del mismo. Las pruebas están de la forma en que los sectores de oposición y el gobierno nacional pretendieron en conjunto “maniobrar” a partir del resultado del plebiscito, lo que llevo en pocas semanas a ignorarlo olímpicamente. Solo con ese actuar coordinado se entiende que semejante aberración democrática pudiera realizarse sin revuelo mundial.
Pero como la vida es un ciclo y de los nutrientes de un cadáver suelen sustentarse nuevas vidas, este crimen permitió a una semilla insospechada empezar a germinar. En el rancio escenario político de este país en el que los bandos luchan continuamente por repartirse el apoyo de los ciudadanos, vendiéndose cada uno como “el bando del pueblo”, un pequeño grupo de ciudadanos de pronto empezó a ver mas allá de las apariencias. Dos verdades fueron indiscutibles para ellos desde el 2 de octubre: La democracia en Colombia no es real, y no existen ningún “bando del pueblo”. El pueblo es su propio bando.
Ese grupo ha venido creciendo poco a poco en estos años. Ciudadanos que a título personal se han ido relacionando, han empezado a dialogar, a intercambiar ideas, a generar entre todos una nueva visión de Nación, una nueva interpretación de los problemas. Han empezado, quizás por primera vez en décadas en este país, a generar un espacio de pensamiento del Estado que es verdaderamente genuino. Les falta mucho por desarrollar y están muy desorganizados, pero tienen sus mentes claras y sus voluntades firmes. Seguirán, por ende, creciendo y perfeccionando su visión, limando las diferencias de sus discursos. Empezarán a coordinarse por si mismos.
Las grandes masas del país aún no perciben este proceso, pero sigue desarrollándose y creciendo por cada año que pasa. Y cuentan con un arma contundente, que llegado el momento los hará visibles ante la comunidad y temibles para las fuerzas políticas que asesinaron a la democracia: Es el espíritu de la voluntad popular, el cual no desaparece simplemente porque se haya ignorado el resultado del plebiscito. La realidad histórica de la voluntad decretada ese día NO SE PUEDE BORRAR y será la base firme desde la cual, llegado el momento, el pueblo de Colombia pondrá en marcha el verdadero proceso de cambio, la recuperación del Estado y de la Soberanía no manipulable del pueblo que lo compone.
El 2 de octubre se convirtió en la fecha que les recuerda (Que nos recuerda) que nada grande se ha conseguido sin sacrificio. Que la paz que queremos para el país no viene caída del cielo. Que nadie nos la va a servir en bandeja de plata y el bofetón que en 2016 nos despertó del trance banal de una democracia onírica, nos puso en el camino correcto para el futuro.
Será un proceso difícil y, por ende, sumamente satisfactorio.
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