Por: Laura Pinzón @Laurapinzonb
La guerra es ante todo un acto de violencia, una agresión, pero es un tipo de violencia organizada que constituye siempre un medio para un fin. “La guerra constituye, por tanto, un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad”. Es así, que el recurrir a acciones bélicas planificadas, se constituye la esencia de la estrategia, de la cual deriva la victoria (la mayoría de las veces). Y por tanto, ganar, determina la supervivencia y el desarrollo político, social y cultural de una sociedad organizada; por lo cual se dice desde la antigüedad y continúa siendo válido hoy, que la guerra es una forma constitutiva de la vida de los pueblos; es decir una realidad existencial tanto para las comunidades como para los individuos.
Sin embargo, se ha olvidado que detrás de toda guerra el soldado también es un ser humano y al final, sobre quien reside el verdadero triunfo: haber entregado todo por el otro. Y, aunque muchos con prepotencia e ignorancia, lo consideren una máquina, durante siglos desconocen el sacrificio que este deja para entregar con honor su vida en la batalla y, es quien bajo su profesión de servicio puede llegar incluso a dejar a su familia para serle fiel a la patria. En Colombia, actualmente son más de 213 mil hombres que lo siguen haciendo.
Varios siglos atrás, el hijo de Príamo y Hécuba, Héctor, encarna perfecto la humanidad de quienes sirven en esta “noble profesión”, diferente a Aquiles, quien, a pesar de compartir con estas características de valentía, fuerza y honor, se dejaba llevar por la ira y la venganza, factores que incluso Sun Tzu determina como fatales para un guerrero. Y, no debemos ir muy lejos pues aún dentro de la Institución hay egos que no permiten ver, que por sobre todas las cosas se debe trabajar en conjunto, no por protagonismo o medallas, sino por recibir una recompensa mayor, ver siempre a la patria “grande, respetada y libre”, porque aquí “no adorna el vestido al pecho, sino el pecho al vestido”.
Analizaba entonces, la despedida que Héctor tuvo con Andrómaca y su hijo, donde esta última reclama con el amor de una esposa y el lamento de una madre, la actuación de su amado: ir a la guerra inevitablemente, pues él, decidió ir a darlo todo para que ella y su heredero pudiesen estar en una tierra libre. El soldado como ser humano, tiene una familia que lo espera en casa y que a diario “libra la batalla” con él, esperándolo, criando en soledad a sus hijos, soportando distancias, incertidumbres y pruebas con paciencia ¡bendita paciencia! ¿Cuántos soldados lo siguen haciendo a diario y, ¿cuántos de ellos no se les reconoce este inmenso sacrificio? Estoy segura de que muchos de los que los juzgan, les quedarían grandes estas botas.
Es ahí, en el Canto VI de La Ilíada, donde comprendo que es en Héctor donde se representan los valores del verdadero soldado: aquel que empuña la espada no para proteger a la patria, sino para liberarla y perpetuarla, aquel que cuando se pone las botas mojadas y sucias por la dificultad del terreno no piensa en cuánto falta, sino qué tanto se está acercando a la meta, aquel que debe comer frío para permitir que otros lo hagan “a la carta”, aquel que decidió ceder incluso las fechas especiales y no poder ver (muchas veces) ni morir a sus padres, ni crecer a sus hijos, para que otros, sus compatriotas, puedan disfrutar al lado de su familia. Así pues, aclaro (a todo aquel que lo piense) que no se trata de victimizar al soldado, sino de darle honor y gloria, porque de algo estoy segura y, es que, de todas las dimensiones humanas, la trascendental está hecha para que la cumpla sólo “uno entre mil”.