A menudo, el idealismo político y la lógica empresarial parecen estar en conflicto, ya que los intereses corporativos se centran en mantener una buena imagen y evitar afectaciones al flujo de negocios que garantizan beneficios a las organizaciones. Sin embargo, el considerable aumento en el valor de las acciones de las empresas del emprendedor sudafricano nacionalizado estadounidense Elon Musk —quien, como el segundo hombre más rico del mundo, ha visto su fortuna crecer en más de siete mil millones de dólares— sugiere que podría haber algo más detrás de su estrategia. Es importante considerar que la postura de apoyo del CEO de Interlink, Tesla y X (anteriormente Twitter) al reelecto presidente republicano de Estados Unidos va más allá de ser una simple jugada lucrativa. Este movimiento, tanto reputacional como financiero, representa una maniobra magistral en el ámbito corporativo.
"¿Por qué Elon Musk apoya abiertamente a Trump? ¿Qué gana a cambio?" fue el titular de una noticia relacionada con este tema en el diario económico Portafolio. Sobra decir que dicha pregunta es abiertamente tendenciosa, orientada a reforzar una perspectiva monetarista y utilitaria de las posiciones políticas (y, por lo tanto, del destino de las donaciones de Musk). "El éxito del capitalismo es su capacidad de síntesis: los beneficios", como lo expone el caricaturista norteamericano Scott Adams, autor de la popular caricatura Dilbert, que es una cruda crítica al mundo corporativo, especialmente a las dinámicas de comportamiento humano y a las teorías de administración aplicadas tras la globalización. (Adams, antes de dedicarse a crear historietas, ocupó cargos directivos en importantes compañías, dada su formación como economista y su MBA, ejerciendo hasta 1988). Como menciona el autor, las dinámicas empleadas por las organizaciones y sus directivos para alcanzar el éxito en un esquema competitivo pueden cuestionarse moralmente. Sin embargo, en última instancia, todo se reduce a los rendimientos financieros, que constituyen la esencia de la existencia organizacional, ya sea con o sin ética profesional. Es tan cruel como objetivo, al igual que las dinámicas de la evolución natural.
El supuesto altruismo del marxismo, y de quienes ejecutan sus postulados política y militarmente desde el activismo discursivo o académico, se basa en una visión metafísica, o incluso escatológica, en la promesa cristiana de sacrificar todo porque la vida terrenal es solo un puente hacia un destino para el alma inmortal. En este caso, el objetivo no son los beneficios económicos (aunque no haya nadie más mercantilista en la práctica que un socialista), sino la conquista del poder. La falta de comprensión de estas lógicas ha permitido que la hegemonía cultural y las estructuras intermedias creativas, gremiales y sindicales queden en manos de nuevas formas de socialismo cultural en los últimos sesenta años, con élites que ejercen poder, imponiendo discursos y clichés casi como una religión para ingresar, formarse y trabajar en dichos entornos. Esto se observa en Silicon Valley y San Francisco, y, guardando proporciones, en el medio artístico y cinematográfico colombiano… y ni hablar de los circuitos de emprendimiento.
Elon Musk ha representado una ruptura con estos paradigmas sobre el capitalismo, sistema en el cual nos movemos, para bien o para mal, y del que incluso el socialismo depende para ejecutar sus planes. Con la compra de X (anteriormente Twitter), Musk no solo generó una revolución en una red social que es la plataforma principal para líderes de opinión a nivel mundial, sino que también eliminó una red de censura ideológica arbitraria (exceptuando contenidos crueles o pornográficos) de la que fue víctima Donald Trump, quien recuperó su cuenta tan pronto asumió el nuevo CEO. Empresas, gremios, países, movimientos políticos e influenciadores critican diariamente las nuevas políticas de contenido, relación con perfiles e incluso servicios pagos… pero no se retiran de una plataforma con diecisiete años de liderazgo en opiniones y que es un verdadero "ring" de la violencia simbólica.
Esa red social, en términos ortodoxos, no ha sido un buen negocio. Altos costos, problemas legales y críticas contra Musk lo han convertido en blanco de señalamientos por dejar claras sus posiciones políticas, siendo ahora cuestionado por los círculos más globalistas y woke del emprendimiento mundial, que antes lo admiraban. Es claro que, en sociología, el capital social es fundamental, ya que genera una identidad de nicho y marca corporativa. Esto, en ocasiones, implica ir a contracorriente e, incluso, adoptar posturas impopulares.
En el caso de Musk, su apuesta política tuvo éxito, junto a un reducido grupo de artistas y líderes digitales que apoyaron a Trump frente a los ataques de la mayoría demócrata. Sin duda, es una lección para el empresariado de América Latina, especialmente en Colombia, donde agendas puramente sectoriales o el indiferentismo político no conducen a nada. Es ahora cuando los empresarios deben respaldar públicamente las posiciones morales y culturales que favorezcan la continuidad democrática, mientras impulsan los necesarios cambios sociales que puedan contrarrestar el peligro del retorno o permanencia de las tendencias actuales en los gobiernos de la región.
Musk, al igual que muchos líderes de las industrias creativas y culturales, ofrece una lección magistral de lógica y coherencia que todos, especialmente quienes toman decisiones corporativas y en los mercados, deberían asimilar para que el ciclo económico y la estabilidad continúen: no se puede seguir haciendo las cosas como siempre.
¿Aprenderemos la lección?