Por: Silverio Herrerera. Abogado, Oficial (R) Ejercito Nacional, comunicador, asesor, consultor, investigador y analista en seguridad, convivencia ciudadana y orden público
En un giro inesperado que dejó a más de uno revisando el calendario, Gustavo Francisco Petro Urrego, ese personaje que durante dos largos años ocupó la Casa de Nariño como si estuviera en una tarima de campaña perpetua, decidió renunciar a la presidencia. "He comprendido que no estoy preparado para gobernar este país, que mis ideas y proyectos no son lo mejor y por ello es hora de dar un paso al costado", declaró solemnemente, mientras un eco de alivio resonaba desde el Amazonas hasta La Guajira y del Urabá al Orinoco. Ceso la horrible noche.
La noticia llegó como un vendaval: todos sus ministros, con una sincronización digna de un flashmob, también presentaron su renuncia. Como castillo de naipes, el gabinete entero se desplomó, llevándose consigo sus promesas de “paz total”, “justicia social” y otras utopías que terminaron enterradas bajo una montaña de escándalos de corrupción y el desgobierno que campeo desde su posesión hasta el día de hoy.
Francia Márquez, en un despliegue digno de Hollywood, subió a su helicóptero (ese que nunca fue un lujo, según ella) y voló hacia el horizonte, dejando tras de sí una estela de memes y titulares. Algunos aseguran que iba rumbo a Yolombo Suarez en el cauca, otros dicen que fue a buscar los afros invisibles que mencionó en su famoso discurso.
Mientras tanto, Colombia está de fiesta. ¡Qué digo fiesta! Esto parece un Carnaval de Barranquilla extendido por todo el territorio nacional. Los ciudadanos, al ritmo de cumbia, vallenato y hasta reguetón, celebran la caída del “mal cambio” que nunca fue. Los actos de corrupción y las demostraciones de incompetencia que marcaron este gobierno desfilan como un recuento trágico-cómico: La reforma tributaria que empobreció al pueblo mientras las “lógicas de mercado” se ensañaban con el costo del diésel y los alimentos.
El caso de Laura Sarabia y su “detectivesco” polígrafo, donde la privacidad de los empleados valió menos que el peso. El hijo pródigo, Nicolás Petro Burgos, con fajos de billetes y conexiones turbias, que hicieron tambalear el discurso ético del mandatario. Y, por supuesto, los diálogos de paz, (en su proyecto nefasto de la “Paz Cocal”) que solo trajeron más sangre y menos confianza.
Petro, en un raro momento de lucidez (Dicen en casa de Nariño que hace días no toma café), admitió que su afán desmedido por prometer lo imposible le había pasado factura. Dijo textualmente: “Quise ser el cambio, pero no sabía ni por dónde empezar”. ¡Vaya descubrimiento, presidente!
Sin embargo, queridos lectores, no se emocionen demasiado. Porque aquí viene el plot twist: “Páselas por inocente”. Así es, porque este titular perfecto para el Día de los Inocentes no será realidad… al menos no por ahora.
El “mal cambio” parece que se quedará con nosotros hasta el 2026, a menos que el Congreso y las entidades competentes se pongan serios y cumplan con sus funciones, pero en especial que hagan cumplir la Constitución Nacional. ¿Será que alguien se atreve a investigar de manera definitiva y de verdad los topes de campaña o el rosario de escándalos familiares y de corrupción del gobierno del cambio? Quizás para el próximo Día de los Inocentes tengamos más respuestas. Por ahora, sigamos bailando entre la sátira y la desesperanza, Porque si por Petro se tratare, él y sus áulicos ya deben estar maquinando la estrategia para perpetuarse en el poder. Desde el 01 de enero del 2025 empezara la gran lucha por la recuperación de Colombia. Por ahora y con mi más grande afecto y sinceridad, les envío mi saludo de fin de año, que el Dios todo poderoso nos guarde y guie cada uno de nuestros pasos, Feliz año 2025 y que viva Colombia.
COLETILLA REFLEXIVA: colombianos, no bajemos la guardia. Si algo hemos aprendido durante este gobierno es que la creatividad para las locuras parece no tener límite, y el próximo año seguramente Petro nos sorprenderá con más giros inesperados y promesas inverosímiles.
Sin embargo, no perdamos la fe. Somos un pueblo resiliente, acostumbrado a resistir tormentas y a encontrar la manera de salir adelante. No dejemos que la incertidumbre nos venza ni que el desánimo nos paralice. La historia nos ha demostrado que, pese a todo, los colombianos sabemos unirnos cuando más se nos necesita.
Mantengámonos firmes, críticos y conscientes. Este país es más grande que cualquier gobierno, y juntos seguiremos luchando por un futuro mejor, sin importar cuántos obstáculos tengamos que enfrentar.
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