Por: Silverio Jose Herrera Caraballo
El reciente anuncio de un paro armado indefinido decretado por el ELN en el Chocó vuelve a exponer a Colombia a un escenario aterrador de violencia, pobreza y desesperanza. Mientras el gobierno de Gustavo Petro persiste en su visión de alcanzar una “paz total”, el ELN y otros grupos guerrilleros siguen expandiendo su influencia en vastas zonas del país, incluyendo el Chocó, una de las regiones más vulnerables de Colombia. Bajo esta sombría realidad, los verdaderos sacrificados son los soldados y policías, quienes caen en combate por una nación cada día más vulnerable y expuesta a la arremetida criminal de un grupo que conoce bien las debilidades de un Estado que se les ha vuelto permisivo.
El impacto de este paro armado es devastador para el Chocó, uno de los departamentos más golpeados por la miseria y la falta de oportunidades. Este bloqueo no solo somete a la población civil a un estado de miedo y encierro, sino que también paraliza las actividades económicas, con pérdidas que se acumulan por millones de pesos diariamente. La economía local, ya en condiciones críticas, sufre el golpe de un paro que restringe el acceso a alimentos, medicamentos y demás bienes esenciales, ahondando la pobreza de una región históricamente marginada. Además, este paro afecta gravemente a las cadenas productivas, el comercio y el turismo, sectores que apenas tratan de sobrevivir ante el dominio narcoguerrillero y la ausencia de una verdadera acción estatal.
La respuesta del actual gobierno ante estos embates ha sido débil, y su estrategia de “paz total” se percibe cada vez más como una utopía ensangrentada. Las estadísticas de los últimos meses reflejan un aumento de las acciones violentas en regiones donde el ELN sigue operando con impunidad. Según los informes más recientes, las fuerzas armadas enfrentan un promedio de 20 incidentes semanales en territorios bajo influencia del ELN, una situación que ha dejado decenas de muertos y heridos entre las filas de soldados y policías, además de innumerables víctimas civiles. Todo mientras el presidente parece seguir tolerando estos crímenes con la esperanza de que algún día este grupo terrorista decida desarmarse voluntariamente.
Mientras tanto, la ciudadanía observa cómo las Fuerzas Militares y la policía nacional, piezas claves para la defensa del territorio y la protección de la población civil, están siendo debilitadas por decisiones administrativas y políticas que afectan su capacidad de respuesta. La decisión sobre la eliminación de fuerzas de tarea hace unos días y el recorte de recursos destinado a estas, junto con la persistente desmoralización del personal debido a la falta de respaldo del gobierno nacional, son apenas algunos de los factores que han minado la moral de nuestros militares. Esta política debilitante llega en un momento crítico, en el que el Estado necesita una estructura de defensa sólida y comprometida para enfrentar la amenaza en constante expansión del ELN.
El presidente Petro parece ignorar que, sin una fuerza pública robusta, cualquier intento de paz será inútil y carente de credibilidad. Los diálogos sin una posición firme y sin condiciones claras son una invitación abierta al abuso. En medio de una crisis de seguridad y un país marcado casi a diario por escándalos de corrupción, El mandatario colombiano parece más enfocado en teorías románticas por no decir sus acostumbradas “cósmicas” ideas de paz, que en proteger la vida de sus compatriotas. Se muestra complaciente ante un grupo que solo conoce el lenguaje de la violencia, el terror del secuestro , el narcotráfico y cuyo supuesto interés en la paz es solo un medio para consolidar poder territorial y controlar rutas de narcotráfico, un “mar de coca” que nutre el conflicto y fomenta una economía criminal.
En cada rincón de Colombia donde el ELN extiende su sombra, la realidad es clara: los delincuentes están ocupando nuevos espacios y estableciendo su dominio. Las comunidades, como las del Chocó, han sido abandonadas en manos de los violentos, mientras el gobierno pregona una paz “intergaláctica”, desconectada de la realidad que enfrenta el país en el día a día. La paz que Petro busca construir sobre una mesa de diálogo llena de promesas no alcanzará mientras los narcoguerrilleros sigan imponiendo sus condiciones mediante el terror.
Señor presidente, ¿hasta cuándo se dejará manosear por el ELN? ¿Cuántos muertos más de la fuerza pública que usted parece despreciar y civiles a los que vocifera defender tendrán que caer en combate para que entienda que este grupo no se rendirá solo por el placer de un acuerdo? ¿Acaso no se ha dado cuenta aun? No le digo que estos muertos estarán en su conciencia, pues a usted eso le vale, pero la verdad sea dicha, recuerde usted ya no es, creo yo, un guerrillero, ahora es el presidente de los colombianos. Para que se preparó durante tanto tiempo, eso era lo que quería acaso, pasar a la historia como el primer u peor presidente de izquierda, no lo digo yo, es la realidad del país. Colombia llora a sus soldados y policías asesinados, sacrificados por una falsa paz que, lejos de traer la reconciliación, parece una rendición disfrazada.